Cuándo una clase es una buena clase

Por Jorge Fasce, docente y consultor del Centro de Estudios de Políticas Públicas (CEPP)
Una buena clase tiene que ser coherente con la planificación y tener en cuenta lo que ocurrió antes y lo que va a hacerse después de ella. Al mismo tiempo, hay otras consistencias imprescindibles: los contenidos a desarrollar con los objetivos planteados y, a su vez, la metodología con los objetivos y con los contenidos. Tomemos como ejemplo el tema  proporcionalidad. Si el objetivo de la clase es que los alumnos comprendan cuándo un par de magnitudes son proporcionales y cuándo no lo son, el docente y los chicos tendrán que hacer determinadas actividades que serán diferentes a las que se harían si el objetivo fuera aprender el procedimiento para resolver problemas de proporcionalidad.
2013-10-25-claseReitero: la segunda cuestión a tener en cuenta es la coherencia entre objetivos, contenidos y actividades. Siguiendo con el mismo ejemplo hay, entonces,  condiciones diferentes para un caso y para el otro. Una cosa es si se trata del tipo de aprendizajes que Pozo, por ejemplo, en Aprendices y Maestros  llama “aprendizajes estratégicos”,  que necesariamente tendrían que empezar con una resolución de problemas que genere conflicto cognitivo en el alumno, y otra cosa es si lo que hay que aprender es un algoritmo como el procedimiento para resolver problemas cuando ya se sabe que se trata de pares de magnitudes que son directamente proporcionales, inversamente proporcionales o no proporcionales. Por lo tanto, si se trata de aprendizajes estratégicos o conceptuales, una buena clase debe empezar con una situación problemática, una situación en la que el alumno sea convocado a resolver algo, a participar activamente en el desarrollo del tema.
Si, en cambio, la clase tratara sobre un procedimiento, debería empezar con la mostración integral del mismo, explicando su utilidad y fundamentos.
Repasando: la manera de plantear una buena clase depende de en qué momento del desarrollo de la planificación se está, de cuáles son los objetivos que el docente se propone y de qué tipo de aprendizajes se trata.
En todos los casos, una buena clase es aquella en la que el alumno participa activamente, más allá de la modalidad que tenga. Ya sea una clase de Ciencias Naturales en el laboratorio, una de Educación Física, o una en la que el alumno esté escuchando al maestro, el estudiante tiene que estar activo. Por ejemplo, una clase expositiva debe generar reflexión, preguntas, proyectos, cosas a hacer con esa información que el docente está planteando. Para que esto sea posible, para que el alumno pueda ser activo, para que pueda pensar, ensayar, intentar, preguntar, responder, tiene que tener conocimientos previos sobre el tema. Y esto tiene que ver con lo que decíamos antes: una buena clase debe tener relación con lo anterior en el sentido de que debe conectarse con los saberes previos que poseen los alumnos y con la lógica de los contenidos que se han desarrollado previamente. En otras palabras, que los alumnos tengan conocimientos previos es absolutamente necesario porque si no, no hay problema posible. Si planteo algo sobre lo cual los alumnos no saben nada, es difícil que puedan preguntarse cosas, responder, ensayar, intentar.
Y así como la clase tendría que empezar con algo que convoque a la actividad de los alumnos, poniendo en juego esos saberes previos, una buena clase tiene que tener además un cierre que abra. El principio debe estar ligado con lo que pasó antes y el cierre tiene que ver con lo que vendrá. Una clase debe abrirse hacia las actividades que se van a hacer a continuación.
Por lo tanto, insisto, una buena clase es aquella en la que los alumnos están activos y el docente también lo está. El tipo de actividad de los alumnos y del docente puede ser muy variado. Por ejemplo, la del docente puede ir desde una muy manifiesta, como es dar una clase expositiva, hasta otra en la que presenta una situación problemática para resolver en pequeños grupos y luego los recorre observando lo que están haciendo y su actividad pareciera poca pero, sin embargo, puede ser muy intensa porque escucha, observa, reflexiona sobre lo que los alumnos están haciendo. Así como, viceversa, en una clase expositiva, los alumnos pueden parecer que no están activos y sin embargo sí pueden estarlo porque lo que expone el maestro los hace pensar comprometidamente en ello.
Yo rescato la exposición como una técnica posible para una buena clase, me parece que hay que reivindicarla, porque creo que realmente se aprende recibiendo información y una de las tareas del docente es justamente brindarla. Pero volvamos a lo que decía recién: tiene que ser información significativa la que se brinde, para lo cual tiene que engancharse en algo conocido por el alumno y por otro lado tiene que ser usada después, tiene que servir para pensar.
Transmito una experiencia personal. Algunas de las mejores clases que he recibido en mi vida, fueron en la materia Historia Social General, con José Luis Romero, en la Facultad de Filosofía y Letras, en la década del 60. Él daba clases expositivas todo el cuatrimestre, pero eran clases donde pensábamos activamente, donde no se podía estar distraído porque siempre nos generaban preguntas. Claro que yo era ya un adulto y podía quedarme callado bastante tiempo, y además pensar cosas que a lo mejor los chicos y los jóvenes no pueden pensar. Sin embargo, creo que lo mismo puede pasar en otros niveles si uno lo hace de manera adecuada: desde la salita de Jardín, una maestra contando un cuento hace que le pasen cosas muy importantes a los chicos, que generan en ellos intensa actividad afectiva y cognitiva.
En esa línea, hay dos recomendaciones para una buena clase que me parece que son muy fuertes, muy interesantes. Una es que el docente no debería decir nada que los alumnos puedan decir por sí mismos: todo lo que pueda salir de los alumnos deberían expresarlo ellos. Y la segunda es que el docente no debería dar ninguna información que después no va a ser usada para algo. Veamos un ejemplo: si estoy dando una clase expositiva sobre la vida de San Martín, ¿qué sentido tiene decir que la madre se llamaba Gregoria Matorras, si es un dato que no voy a usar luego? Ahora bien, informar que los padres de San Martín eran españoles, muy probablemente sea adecuado porque sirve para explicar por qué a los 5 años se vuelven a España y por qué San Martín estudió y se formó en el ejército español. Siguiendo con el mismo ejemplo: ¿en el dato de que nació el 25 de febrero de 1778, “25 de febrero” lo voy a usar para algo? Sin embargo, el año de nacimiento puede tener sentido porque podría hacer comprender que San Martín cuando vuelve en 1811 tiene 33 años y a su vez esto permite pensar qué significaba esa edad en la época, por ejemplo si era un hombre joven o un hombre maduro.
Esas dos recomendaciones me parece que son potentes porque, – volvamos otra vez a la idea del inicio -, implican pensar en lo que pasó antes y en lo que va a pasar después de la clase que estamos desarrollando. No decir nada que los chicos ya saben tiene que ver con lo que pasó antes y no dar ninguna información que no va a ser usada después tiene que ver con que estamos previendo lo que vamos a desarrollar más adelante.
Podríamos recurrir a una metáfora teatral para mostrar cuándo se trata de una buena clase: una en la que el docente no sea el actor principal -como tradicionalmente fue o como puede parecer que es en una clase expositiva- y los alumnos los espectadores, ni tampoco aquella en la que los alumnos son los actores y el docente queda como espectador. Creo que, siguiendo con esta metáfora, en una buena clase los actores son los alumnos y el docente es el director de la obra. Para completar la metáfora, retomo el aporte de un grupo de docentes en una actividad de capacitación: un buen docente tiene que ser, también escenógrafo y apuntador. Su rol de escenógrafo implica elegir las imágenes, los videos, las películas y los diagramas que correspondan -no como en la viñeta de Tonucci en la que el maestro está dando una clase sobre “el árbol” con una lámina del árbol pinchada sobre el tronco del árbol debajo de cuyas ramas desarrolla el tema-, es decir, armar la escenografía de apoyo adecuada. Un buen docente es apuntador en el sentido de brindar la información que es esencial para poder aprender y para poder pensar.
En síntesis: no hay buenas clases aisladas, no hay buenas clases en el vacío, las buenas clases están en un contexto de una planificación didáctica, de un proyecto curricular institucional, de un estilo de trabajo de la escuela. Veamos esto último. Si los alumnos, cualquiera sea su edad, no están acostumbrados a escuchar durante 20 minutos una exposición del docente porque nunca lo han hecho previamente, el docente tendrá que empezar con exposiciones de 5 minutos y después ir extendiéndolas. O si el estilo de la escuela implica que los chicos no hayan tenido experiencias didácticas de resolución de problemas, de pronto en 4.° grado presentar la proporcionalidad a través de una situación problemática sin que haya habido una práctica previa, puede hacer sucumbir la clase. Claro que también pueden ocurrir “sorpresas”: por ejemplo, vamos a suponer una escuela con alumnos de 5.° grado que están acostumbrados a una hiperactividad manifiesta, a la participación en trabajos en grupos, a la discusión; y de repente un docente plantea por primera vez “me van a escuchar porque les voy a contar algo de la vida de Belgrano”. Uno podría anticipar que hay muchas chances de que haya dificultades, pero puede ser que este docente sea un magnífico narrador, enganche a los estudiantes y la novedad de lo planteado genere una clase magnífica. Por el contrario, podría tratarse de una escuela en la que los chicos están acostumbrados a una posición pasiva, a hacer lo que les manda el docente sin cuestionarse y que aparezca un maestro con una actividad en la que se convoque a una participación muy activa, de cuestionamiento, de incertidumbre, con un problema tan bien planteado, tan bien diseñado, que movilice los saberes previos de los alumnos y resulte una muy buena clase.
Entonces, el tema de la coherencia también se refiere al estilo institucional porque, en definitiva, esto también tiene que ver con la experiencia y los conocimientos previos que tienen los alumnos. La convocatoria a los saberes previos hace posible la significatividad cognitiva: es decir, trabajar con aquellos contenidos para los cuales hay saberes previos implica que haya herramientas cognitivas para tomarlos y eso es lo que los hace significativos desde el punto de vista cognitivo. En este punto, me gustaría agregar algo. Creo que las buenas clases generan además algo que yo llamo “significatividad personal”, es decir, el mensaje de “vos sos capaz de…”.
Tengo una anécdota muy entrañable que es muy representativa de esto. En Comodoro Rivadavia, desarrollando un curso de capacitación para docentes de secundaria sobre teorías de aprendizaje aplicadas a la didáctica, un profesor de matemática con 30 años de experiencia, me dijo: “Todo esto es muy lindo, pero qué hace usted con un alumno, como me pasó la semana pasada, a quien ya desesperado porque no sabía qué hacer con él, le pregunté para qué venía a la escuela y él me respondió que venía para que su padre pudiera cobrar el salario familiar. ¿Qué hace usted con toda esta teoría frente a una situación así, para qué sirven estas recomendaciones académicas y técnicas con ese alumno?”
Ante la sorpresa del planteo, se  me ocurrió responder: “Justamente, hacer esto, todo esto, para que ese alumno empiece a registrar que puede valer algo más que el salario familiar, con todo el respeto que se merece ese alumno por el sacrificio que hacía de ir a la escuela para que su familia cobrara el salario familiar”.  Es decir, que reciba el mensaje de que él puede aprender, puede pensar, puede decir, puede ser capaz de recibir una información para pensar sobre otros conceptos relacionados o sobre los que aparecerán a continuación. Me parece que, volviendo al principio y resumiendo, se puede decir que una buena clase es una clase en la que el docente a través de su conducción logra que el alumno sienta y vivencie que es capaz de aprender. Repitiendo y a modo de cierre para posibilitar la reflexión y la discusión entre los lectores: una buena clase es aquella en la que el alumno construye conocimiento con la conducción clara y precisa del docente

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